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Todos los muertos deberían valer lo mismo. Sin embargo, en tiempo de predicament hay muertos y muertos. Cuando aparece en un callejón de l. a. Isleta el cuerpo sin vida de un extranjero con un agujero de bala en los angeles nuca l. a. policía de Las Palmas de Gran Canaria no tiene por dónde empezar. Si, además, resulta que ese extranjero no es americano ni alemán ni inglés y que ese cuerpo no lo reclama nadie, los angeles investigación se va ralentizando hasta casi el marasmo. Así que, tras una cena en los angeles que l. a. mujer del inspector Álvarez le lanza el guante, Ricardo Blanco regresa a l. a. investigación de un crimen.
Por el camino se topará con los restos de una guerra que se remonta a veinte años atrás entre bosnios y serbios.

La identidad del muerto, l. a. extraña voladura en una obra en construcción, l. a. aparición de un viejo veterano del sitio de Sarajevo y l. a. desaparición de un poeta libanés que asiste a un Congreso de Literatura son los ingredientes con los que José Luis Correa construye l. a. séptima entrega de los angeles saga de su detective canario. En esta ocasión, resurge los angeles figura de una agente de policía que colaborará en los angeles resolución del caso. De fondo, los angeles ciudad en agosto, el estilo socarrón y desenfadado y l. a. forma de narrar tan own de Correa rematan El verano que murió Chabela.

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Period lo que parecía? ¿Podía ser l. a. sangre del esclavo muerto? Sí y no. Se trataba de sangre. Pero no pondría yo l. a. mano en el fuego porque fuera de Tesla. ¿A cuento de qué iban a dispararle en l. a. casa, sacarlo a rastras de allí, y rematarlo en el callejón? Demasiado lío para un inválido y su secretario, por muy alto y muy fuerte que éste fuera. No. O mucho me equivocaba o l. a. sangre del suelo pertenecía a mi poeta perdido. Debo reconocer que Margarita sabía aguantar el tipo en las peores situaciones. A pesar de mi insistencia en que ella no había participado en el registro de l. a. casa, en que los angeles concept había sido una locura y, por tanto, solo podía habérseme ocurrido a mí, los angeles bronca de Álvarez tuvo que oírse hasta en Artenara. ¿Habíamos perdido el juicio o qué? ¿Nos habíamos vuelto totorotas con el calor? los angeles mujer, no obstante, se mantuvo firme (literal y literariamente) delante de l. a. mesa de su jefe. Las piernas juntas. Los brazos estirados y pegados al cuerpo. l. a. cabeza alta. l. a. mirada al frente. Y seria como un disgusto. Me pareció una deslealtad, una deserción mantenerme al margen del rapapolvo que le estaba cayendo a Esponda, así que me quedé de pie a su lado, chasqueando los dientes, haciendo aspavientos para que Álvarez se olvidara de su presa y fijara su rabia solamente en mí, el auténtico culpable de aquel despropósito. Cuando l. a. fiera se hubo calmado, el silencio se hizo nido en el despacho. El inspector se tomó su tiempo para estudiar el informe que tenía delante; Margarita, para cerrar los ojos y darse una tregua, y yo, para revolver un pensamiento que llevaba rondándome desde hacía un par de días. ¿Por qué Tesla no aparecía en l. a. lista de Borrego? ¿Cómo y cuándo había llegado a Gran Canaria? Álvarez retomó su discurso con una voz más calmada, apaciguadora, de abuelo indulgente. De acuerdo. Habíamos descubierto los angeles guarida de los asesinos. l. a. perra gorda para nosotros. Pero, al no haber pedido refuerzos, habíamos corrido un riesgo innecesario. Y él no podía permitirse perder a una buena agente y a un buen amigo. No tenía tantos ni de unas ni de otros. ¿Qué habría ocurrido si, al abrir los angeles puerta, aquello hubiese saltado por los aires? ¿Y si se hubiera venido abajo todo el edificio? ¿Cómo íbamos a justificar un desastre de ese tamaño? period consciente de que lo habíamos llamado para consultarle y de que él no había respondido (se ahorró cualquier explicación; no tenía por qué darla), pero su respuesta tenía que haber sido l. a. del jaque pastor. los angeles más previsible de todas las respuestas. Nos habría exigido que regresáramos a los angeles comisaría. Que les dejáramos los angeles faena a los que se dedicaban a eso, a los que sabían de eso, a los que cobraban por eso. Pero no, carajo. Teníamos que jugar a espías. Y ahora, encima, a él le tocaba batallar con los artificieros por no haberlos informado a tiempo. Nosotros no teníamos ni inspiration de lo quisquillosos que eran esos tipos, joder. Para mí period difícil entenderlo porque siempre había ido a mi aire, sin encomendarme a Dios ni a Satanás. Pero Margarita jugaba en equipo y sus decisiones afectaban a todos.

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