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By Margaret Powell

En los angeles primera casa en que entró a trabajar como pinche de cocina, a los quince años, Margaret Powell se quedó atónita cuando le dijeron que, entre sus tareas, figuraba l. a. de planchar los cordones de los zapatos. l. a. señora de los angeles casa le prohibió, además, entregarle en mano cualquier cosa: siempre tenía que ser «en bandeja de plata». period l. a. Inglaterra de los años 20, y en ella una chica empleada en el servicio doméstico tenía que mentir a los chicos si quería encontrar novio: ellos las llamaban «esclavas».

En el piso de abajo son las memorias de una mujer sedienta de educación que no comprende que, cuando pedía un libro de l. a. biblioteca de sus señores, estos l. a. miraran incrédulos y espantados. Con el tiempo, aprendió por su cuenta y en 1968 publicó este libro, que ha sido los angeles fuente reconocida de inspiración de sequence como «Arriba y abajo» y «Downton Abbey», pero mucho más incisiva e intencionada que ellas. En el sótano, a «ellos» (como llamaban a los señores) se les hacía «una especie de psicoanálisis de cocina, sin cabida para Freud. Creo que nosotros sabíamos de l. a. vida sexual ajena mucho más de lo que él llegó a saber nunca». Penetrante en su observación de las relaciones entre clases, libre y deslenguada en los angeles expresión de sus deseos, Margaret Powell nos cuenta qué significaba para los de abajo preparar las cenas de seis platos de los de arriba. Un documento excepcional.

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Como siempre he sido muy cabezota, me empeñé en hacer algo, así que los angeles maestra me dijo: «Como no sabes cantar, ya sé lo que vamos a hacer. Vas a contar un chiste. Yo te lo escribiré, y tú te lo aprenderás de memoria». El chiste trataba de un hombre que iba a un café y quería pedir un plato de pollo asado, pero se confundía y pedía un plato de callo pasado. A mí me hizo mucha gracia, y a mi familia, también. Se ve que pillaron el chiste. Sin embargo, llegado el día del competition, me subí al escenario y empecé a hablar de una forma muy engolada, un poco como un loro, y lo dije todo al revés, con el pollo y el callo donde no eran. Cuando terminé me quedé esperando las risas, pero nadie se rió, salvo los profesores. A ellos no les quedaba más remedio. Fue terrible. Jamás en los angeles vida me he sentido tan humillada. Me puse roja como un tomate y salí de allí a toda prisa. Nunca más volvieron a pedirme que hiciera nada. Eran unos maleducados. los angeles gente tenía que haberse reído, más aún porque period free of charge. Pero lo mejor del colegio por aquel entonces period que teníamos que aprender. No creo que haya nada mejor que aprender a leer, escribir y hacer cuentas. Son tres cosas que necesita cualquiera que tenga que trabajar para vivir. Nos obligaban a aprender, y creo que a los niños hay que obligarlos. No creo que en esta cuestión se pueda decir que «si no quieren hacerlo, es porque no les hará ningún bien», ¡claro que les hará bien! Nuestra maestra se paseaba por l. a. clase y nos daba fuerte en el cogote, o un sopapo, si veía que estábamos perdiendo el tiempo. Créanme, para cuando salíamos del colegio, algo habíamos aprendido. Sabíamos lo necesario para salir adelante en l. a. vida. Aunque, en realidad, ninguno de nosotros pensaba en lo que iba a hacer después; todos sabíamos que cuando saliéramos del colegio algo tendríamos que hacer, pero no creo que tuviéramos l. a. ilusión de dedicarnos a algo en specific. 7 A los trece años me dieron una beca; period l. a. edad en que se podía aspirar a una. En los angeles solicitud tenías que explicar a qué te querías dedicar. Yo puse que quería ser profesora. Mis padres fueron a ver a mi maestra, pero cuando se enteraron de que no iba a ganar nada de dinero hasta los dieciocho, y que hasta ese momento tendrían que mantenerme y además comprarme libros y ropa, vieron que, sencillamente, period imposible. Las ayudas gubernamentales, ¿saben? , no existían por aquel entonces. Me permitieron dejar el colegio porque ya había terminado el último curso y, de haber seguido un año más, habría repetido el mismo trabajo que el año anterior. Cuando miro atrás, pienso que me hubiera gustado seguir los estudios, pero en aquel momento no me importó en absoluto. No pensaba que mis padres fueran duros, porque period consciente de que tenía que ponerme a trabajar. Yo sabía que necesitábamos dinero desesperadamente. He conocido el sufrimiento de los angeles pobreza. Recuerdo que, cuando tenía unos siete años –al principio de l. a. Gran Guerra; a papá aún no le habían llamado a filas–, no había nada de trabajo en cuestiones decorativas.

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